Fue al terminar la carrera en que hubo un momento en el que me di cuenta de que me encontraba perdida. Perdida y dolorida.
Perdida porque no encontraba qué era lo que yo había venido a hacer aquí.
Profesionalmente no encontraba un hueco en lo que había estudiado (ni realmente me apasionaba) y sentía que las oportunidades iban pasando y yo simplemente las veía pasar sin hacer nada porque no sabía cómo.
A nivel corporal, me dolía la espalda a diario. Durante unos meses tuve que hacer varias visitas al osteópata pero el dolor acababa volviendo. Me dio un brote de ciática.
Tenía dolor de cabeza desde que me levantaba y me encontraba con tan poca energía que lo que quería era meterme en la cama otra vez, como si no hubiese descansado. Me apareció en la cara una rosácea, me constipaba todos los inviernos un par de veces y en verano tenía alergia.
Mis articulaciones se habían ido debilitando en los últimos años y, aunque hacía deporte de pequeña, me daban pinchazos en los tobillos y rodillas casi cada vez que empezaba a correr.
Todas las noches me despertaba con ansiedad y pasaba de 2 a 3 horas despierta agobiada por una sensación de estar perdiendo el tiempo, no estar haciendo las cosas bien y sentirme impotente.
Estaba triste por estar desubicada y decepcionada con mis ilusiones profesionales.
Vamos, un cuadro. Estaba claro que algo no iba bien pero yo todavía no me había dado cuenta. Leer más